martes, 2 de marzo de 2010

SOBRE LA FORMA EN COMO NOS RELACIONAMOS CON LA MUERTE





Mi hermana Rossy está triste. Hace un par de días un vecino mató accidentalmente, con su vehículo, a su perrita Chiquita. En estos momentos ella está viviendo su duelo por la muerte de un ser que más que una mascota era parte de su familia. Se encuentra en su legítimo derecho de expresar su dolor por la desaparición física de ese ser vivo que tanto quería, ya sea a través del llanto, la tristeza o expresándose por escrito en uno de los sitios de redes sociales.
Desahogarse por cualquier medio ayuda a calmar el dolor y la herida causada por la pérdida, pero no por ello estos desaparecen sino que más bien aprendemos a vivir con ellos, ya que es la ausencia de ese ser lo que lloramos, por cuanto no es lo mismo vivir del recuerdo del ser que contar con la presencia física del mismo y la forma en que interactuar en nuestra vida.
Vivir la etapa del duelo es importante para la persona que pierde a un ser querido, y todos deberíamos aprender a respetar el dolor del que sufre dicha pérdida. No podemos subestimar el dolor de una persona por el simple de que haya muerto su mascota y pretendamos que por ser sólo un animalito el dolor deba ser menor.
Cuando una mascota entra a formar parte de nuestra vida la asumimos como un integrante más de la familia, hasta el punto de que la tratamos como a un hijo más. Si se enferma montamos guardia en su lugar de reposo velando su sueño y suministrándole las medicinas que le haya recetado.
La mayor parte de nosotros no está preparada ni le gusta la idea de pensar en la muerte, y mucho menos en la muerte de los seres cercanos a nosotros o en la propia muerte. Debemos entender que la muerte forma parte de nuestro camino. Desde que nacemos cada día vamos muriendo un poco. Todos sin excepción vamos a morir algún día. Algunos más jóvenes que otros, pero todos daremos dicho paso.
Lo que deberíamos es desmitificar al proceso de la muerte. Deberíamos entender que cuando morimos simplemente nos transformamos, ya que nuestra verdadera esencia se mantiene y tan sólo perdemos nuestra cobertura física. Es algo así como el vestido, cuando nos cambiamos de vestido o nos quedamos desnudos seguimos siendo nosotros, tan sólo nos hemos despojado de algo físico que formó parte de nuestra existencia por un tiempo.
Creo firmemente que cuando nos desprendemos de nuestro cuerpo al morir pasamos a otro espacio donde continuamos nuestra existencia, que no tiene nada que ver con cielos ni nubes, sino con un plano de existencia muy parecido al que conocemos pero donde impera la inocencia.
Esto me hace recordar lo que mi padre me contaba cuando regresó del estado de coma en que estuvo un mes antes de que muriera. Nos encontrábamos en la habitación de la clínica y se afanaba en mirar el espejo que había en una de las paredes. Luego se dirigió a mí para preguntarme si era por allí, por el espejo, que podría regresar al sitio de donde había venido, que él quería regresar. Yo no entendía en ese momento a qué se estaba refiriendo por lo que le pregunté a qué sitio se refería. Fue entonces que me contó que él se había despegado de su cuerpo, pero seguía siendo él y se había ido por un camino, por el que transitaba mucha gente hasta que llegó a un sitio que no conocía, que se parecía mucho a lo que conocemos, ya que había casas y calles, pero a diferencia estaba en los colores, que no los podía escribir a pesar de manejar tan bien el lenguaje. Que la paz que se respiraba en ese sitio hacía que deseara volver, que además había visto a sus familiares muertos, quienes estaban muy bien y lo habían ido a recibir, pero que el hombre que lo detuvo en el camino lo regresó porque tenía cosas pendientes que debía arreglar antes de regresar. Efectivamente papá tenía cosas pendientes que resolver, como fue incluirme como firma indistinta en las cuentas bancarias que poseía para que pudiera movilizarlas, lo cual hicimos en la semana siguiente. Luego de la primera quimioterapia que se le hizo esa semana me lo llevé a la Isla de Margarita antes de que pasara un mes murió y se pudo ir a ese sitio a donde anhelaba regresar y que creyó que estaba al otro lado del espejo.

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